Ser pacifista en tiempos de guerra. Ahimsa

Las batallas cotidianas

Hace poco me rendí a lo que para mí es ya una evidencia: vivimos en guerra.

Es cierto que yo tuve la suerte de nacer y crecer en una democracia, la dictadura hacia unos años había terminado y no tuve que experimentar, como mis abuel@s, la tragedia de una guerra civil. Aparentemente estamos en paz, o eso nos hacen creer… o eso queremos creer.

De acuerdo que no hay balas ni fusiles, que no suenan las alarmas avisando del bombardeo de los aviones y que no tenemos que enterrar a nuestros hermanos muertos en el campo de minas. No, no me refiero a esa guerra, sino a otra más sutil (aunque tiende a ser cada vez más explícita).

Por poco sensibles que seamos, cada día podemos respirar el conflicto en aire, el caos envolviendo desde el sentirnos perdid@s, el aumentar de la ansiedad y la falta de tiempo que ahoga y limita cada vez por más lados.

Sin olvidar, por supuesto, unas mentes implicadas en tendencias de miedos, de ataque-defensa, vorágines que destrozan lo sereno y vulnerable. Desde estos patrones mentales establecemos entonces diálogos propios que tienden, en ocasiones, al autofustigamiento, a tratarse a un@ mism@ sin respeto ni dulzura o a cargarnos de armaduras (también llamadas tensiones musculares) en un intento de protegernos de lo que está cayendo fuera. Sin hablar de cómo tratamos nuestros cuerpos.

Así, seguimos recreando ambientes marcados por unas relaciones interpersonales basadas en lo conflictivo y lo reactivo. Hay una ausencia de escucha sincera que puede llegar a traducir en agresividad y desencuentros: golpes en el metro, malentendidos que llevan a gritos y peleas o puede, incluso, el crear enemigos de por vida debido a ese comentario que me hirió o que me llevó a algo que no quería ver.

yoga y femindad 7

Desde el yoga: ¿refugio o huida?

Una de mis ásanas favoritas es Kurmasana, la tortuga. Desde la apertura de caderas, en una flexión cómoda de columna, dejo caer la cabeza hacia la tierra y me siento protegida en mi caparazón. Escucho el silencio de las respiraciones, la calidez de este espacio sagrado, me dejo estar en la cuevita.

Cuando todo el mundo parece volverse loco siento la necesidad de retirarme hacia mi propia tortuga, quiero sentir mi espacio seguro, dejarme estar cerca del corazón. Respirar profundamente y volver a colorearme de serenidad.

Sin embargo, no tardan en aparecer los ruidos de los tambores de guerra. Y repiten los cuestionamientos: ¿por qué esta tragedia?, ¿por qué tanto sufrimiento?, ¿y qué va a pasar ahora? La batalla sigue cerca, seguimos vistiendo de luto, seguimos buscando el hogar pacífico que perdimos.

Sin duda esta postura me ofrece una tregua, un tiempo a solas sin preocupaciones, un claro refugio para recargarme, para reencontrarme, pero sería un riesgo, y creo también una cobardía, querer agarrarla para huir de lo que acontece a mi alrededor.

Vivimos, dentro y fuera, una clara ausencia de Paz. Y en mi opinión, debemos hacernos cargo de ello como cocreadores/as de este contexto mundial. A través de la toma de conciencia y el compromiso asumir la parte que nos corresponda, ni más ni menos. Desarrollar así la osadía de habitarnos en escenarios que abran, dentro y fuera, melodías que hermanen. O como propone el yoga, escenarios de unión.

La valentía del cotidiano

A veces me pregunto: ¿Qué es ser heroína/héroe a día de hoy? ¿Cómo sería su mirada decidida y valiente que equilibre con lo pacífico y compasivo? ¿La fuerza y la dulzura del Ser combinándose armónicamente desde su presencia?

Si me lo cuestiono al revés, lo que me parece de cobardes es querer imponer la voluntad sobre el respeto y escucha de los límites del cuerpo. O esas tendencias dictatoriales que creen solucionarlo todo a base de sentencias tajantes amparadas por morales obsoletas. O negar espacios de ternura y cuidado ante lo frágil que tod@s llevamos dentro.

Supongo que cada cual deberá encontrar su propio guerrer@ para estos tiempos que nos mueven, toda una aventura la verdad.

Yo últimamente considero un acto heroico en sí ser capaz de frenar la inercia que me arrastra ante todo lo que supuestamente tengo que hacer. Detener, parar, desacelerar, y sentarme. Darme tiempo y espacio, cuidado y mimo. Cerrar los ojos y sencillamente observar mi respiración y el trasfondo de huracanes, bombardeos y llantos desconsolados que, en realidad, solo piden un poco de amor.

El coraje de quitarnos, aunque sea un ratito al día, todo aquello que cubre y casi asfixia a través de las máscaras y otros personajes sociales de los que acabamos siendo pres@s en demasiadas ocasiones. Soltar las luchas que no nos correspondan y llorar las heridas que dejamos abiertas o mal cicatrizadas.

yoga ahimsa

Me parece de valientes tener el atrevimiento de vivir la coherencia entre lo que pienso y digo con lo que hago y desarrollo. Que nuestro cotidiano sea el mejor ejemplo de un pacifismo práctico que no se deje empequeñecer por los miedos que nos quieran vender. Desarrollar así la entereza de conectar con Satya, una verdad que libera a través de la intensidad y dulzura de lo puro.

Permitir que toda esta fortaleza vaya traduciendo el Poder en mayúsculas que existe en nosotr@s por el simple hecho de “Ser”. Y desde ese espacio de integridad vivenciar el resurgir del Alma y de un flujo de vida que nos invita a ir danzando las luces y sombras del día a día.

Hacia un espacio de PAZ, el aporte del Yoga

El Yoga subraya una serie de principios personales y sociales a cultivar, llamados Yamas y Niyamas. El primer Yama se denomina “Ahimsa”, y se puede traducir como “no violencia”, el respeto a la vida, un estado de presencia que calma.

Me gusta encontrar este aporte en mis acciones diarias, diálogos conciliadores que van liberando de la autoagresión y las guerras internas. Esas que igual que dentro, pueden suceder fuera, como reflejo, como alimento.

Y desde luego el yoga me regala mucho desde este enfoque, aunque no me refiero, por supuesto, a un estilo de práctica forzada o agresiva, ni al “posturismo” que niega la ternura que tanto necesitamos, ni a egos inflados bajo el cartel de yoguini.

Se trata por el contrario de un saborear gustoso por el respeto al cuerpo, el encontrar armonía en los oleajes variados mis emociones y más serenidad en mi mente a través de observarla, cuidarla y crear una distancia sana con ella. Abrir espacios para que el Ser despliegue raíces y alas.

Pues, aunque la guerra siga envolviéndonos, yo seguiré apostando por Ahimsa. Conecto con mi propia heroína y voy desenvolviéndome en estas batallas cotidianas desde lo valiente, desde lo pacífico. Y esto es, a mi modo de ver, toda una re-evolución.

Escrito por: Paula Vives Entrena

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Que hoy, mañana y todos los días, la bendición de la paz en nuestro interior sea el mejor regalo para un@ mism@, para quienes nos rodean y para nuestra querida Madre Tierra.

OM SHANTI

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Una respuesta a Ser pacifista en tiempos de guerra. Ahimsa

  1. laura dijo:

    Que mejor manera de empezar esta semana, que con tu artículo! gracias por compartir tus reflexiones!

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